miércoles, diciembre 19

Viene Francia ... Creo.



A Gus, que en algún lugar de Europa andará, le presento a unos cuántos amigos. A todos los Rocuantes les digo que no os escaparais tan fácilmente de aquellos a quienes ustedes amen de verdad. Puedo estar en lo correcto. O no. Vayan ustedes a saber de quien es la pequeña verdad que nuestra familia a construido y a querido mostrar.

Ellas son dos chicas encantadorísimas, suelen llamarse Maravillas y Violeta. Creo. Son bien simpáticas. Tienen un amigo en común que no a esperado capturar la atención de todos. Las dos hacen del lugar que visito temporalmente una gran escena del teatro 'farandulero'. Lo hacen bien. Creo. No obstante, me simpatizan. Tienen un gran carácter que emana responsabilidad ny fragilidad como nunca antes había visto. La ternura de ser mujer no se les iguala. Jamás lo sabré. Creo.

Pero me han mostrado una verdad diferente de la que yo a mis 33 años no había podido, supongo, conocer. Mañana iré al cementerio a ver a mis antepasados que bien temprano me han dejado aquí, en este lugar tan lejos de todo. Mañana quizás sabré, de manos de quien sabe quien, habré elegido a alguien o algo.


lunes, noviembre 5

Y luego, viene la mañana... y con ella todo lo demás


¿Lo volverías a hacer?

Nunca sabes con quién te puedes cruzar en la calle. Nos conocimos ayer. Traía jeans, polera blanca y un chaleco a mal traer. Pelo corto y desordenado. Zapatillas y anteojos. Recordé a Nirvana de inmediato y pensé: ¡que mal! no haberme topado más con esos amigos. Hasta ahora. Comencé a preparar mi salida al encuentro. Debo admitir que no fue nada de fácil levantarme del asiento en el que estaba, y caminar hacia él. Él parecía estar tranquilo, demasiado en relación a los demás transeúntes. Ese caminar sin apuro me convenció. Agitada como siempre, la ciudad caía en la oscuridad. Crucé la calle y entramos. Eran las 20.00.

Su torso quedo desnudo de inmediato junto al mío. La cama era perfecta, la luz era la correcta y la música era la adecuada. Nos besamos como suele suceder en toda primera vez después de dos copas de vino. Sus labios eran gruesos y rosados, perfectos para un griego del siglo XVI. Su piel contra la mía era pura energía Hawkiniana. Esa que se irradia cuando se produce el origen del algo. Eso me pasó con él. Desnudos sentí cada fibra de su cuerpo estremecerse y sus gemidos a ratos. Vi también su rostro de placidez, esos ojos desfallecer... Vi su rostro sonreír y luego su mirada atravesó la mía. Me sentí tan complacido al verlo en ese estado que accedí a satisfacerlo en todo lo que pudiera. Sentí el poder y la energía para hacerlo y me sumergí en sensaciones inexplicables. Acaricié sus pies perfectos, blancos, masculinos... Besé sus muslos, lo moví y seguí más arriba. El camino era excelente, impecable, inmejorable... Besé su espalda, tomé sus cabellos y besé su cuello... Olía insuperablemente bien... Lo amé y me sentí tremendamente conforme con lo que recibí de vuelta. Vivir ese momento fue sentir la energía de las noches constructivas, de existir y de compartir con alguien más una pasión única. Por que en lo que lleva este siglo, de lo único que estamos seguros es que no existe otra vida más que esta. La reencarnación, las regresiones, Dios e incluso los fantasmas ya son sólo mitos olvidados. Recuerdos de una época primogénita oscura del ser humano.

Ahora, si aún crees que es necesaria tú pregunta, es por que no me escuchaste bien. El ruido de la calle es tremendo, sobretodo a esta hora.  

miércoles, octubre 10

Del legado temprano del surrealismo local


           La niebla cruzaba por la calle alpha en el suburbio del barrio norte de la capital. Los pocos transeuntes aparecían de entre ella y quedaban a lo lejos titilando mientras yo avanzaba hace bastante tiempo hacia ellos. En el cerro algunas luces caían de tiempo en tiempo mientras otras hacían el intento por conseguir un lugar más alto. El sonido de unas campanillas me abrieron el apetito. Entre algo preocupado pero sin ánimo de mostrar mi inquietud. Pase, compré y salí. Me detuve en el siguiente semáforo y probé un poco. Crucé y seguí caminando, ahora apuraba el paso. Los titilantes habían desaparecido, y en cambio se veía a lo lejos un único punto titilante de mayor tamaño. Un puente. Una curva y más neblina. Ese es el sueño. Una carretera sin final y un hombre tratando de esquivar la neblina. -¿Pero cómo? eres bastante insoportable ¿lo sabías?- El hombre era yo, en teoría, puesto que nunca perdí el eje de mi conciencia. El espacio fue siempre el mismo y el tiempo avanzó cronológicamente. Pero eso era todo. Un hombre aparecido en un suburbio del norte que no lograba ver más allá por la espesa neblina. No sé muy bien dónde estaba, pero había otro hombre. Lejos. Imposible de distinguir, que luego desapareció. No se cruzó conmigo, de eso estoy seguro. Pero venía hacia mí.